miércoles, 27 de julio de 2011

Tener fe


El que camina el sendero de la fe, se puede comparar con el que se despierta de un sueño prolongado, con el que asoma la cabeza desde un pozo profundo, con aquel a quien se le enciende una luz y puede ver en la oscuridad.

También se puede parecer al que ha encontrado un billete de lotería premiado y se muere de ganas de comunicarlo, de compartir su experiencia.

Es saberse respaldado, acogido y guiado por Alguien/Algo que te defiende con su Amor y con su Sabiduría única.

Es un caminar de profunda sensibilidad, de encuentro emocionado con uno mismo, de alegría íntima y de gestos de alabanza.

Es tener consciencia de la propia pequeñez y a la vez de la infinita grandeza de la creación. Es intuir que todas las cosas están para ti, que el universo, cercano y lejano, te pertenece y que se te ha dado la oportunidad de integrarte en el Plan Eterno, que sucede aquí y ahora. No es poca cosa.

La fe, que está viva, te remueve por dentro y te produce un cosquilleo, un bocado en el estómago, y te vuelve impaciente, porque siempre quieres más. No tiene nada que ver con dejar a Dios aparcado en el altar o en los ritos. O con rezar unas oraciones, en las que sólo movemos los labios.

La fe de unos pocos está al servicio de todos: ésa es su función mágica.

El sembrador reparte semillas diferentes para cada rincón de su jardín. El ser diferente de cada uno enriquece al conjunto. Todos hacemos falta, no está mal repartida la siembra. Lo que tienen unos es para aprovechamiento de los otros.

Nuestros dones son para compartirlos: La flor comunica su belleza; la brisa comparte su frescor; el pájaro, su canto; las personas sabias, su sabiduría; los amigos, su dedicación amorosa; las personas buenas, su bondad; y los que tienen fe, nos contagian su visión cercana de la presencia de lo divino, y su entusiasmo.

Un buen ejercicio sería ir preguntando a los de nuestro alrededor que tienen fe, cómo la viven, qué sienten. Seguro que conoceremos aspectos íntimos y únicos de esa persona, porque la fe está en lo más profundo de nosotros, afectando a todo cuanto tocamos y sentimos.

Y nos va moldeando como un fuego que purifica y hace relucir lo esencial, y nos hace nacer cada día como personas nuevas y libres.

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