domingo, 9 de mayo de 2010

No hay casualidad


Mucha gente acostumbra a atribuir al azar las cosas que le suceden. Dicen: “qué casualidad que me ha pasado esto, que te he visto, que me ha llegado esta información que necesitaba, que …”
No hay casualidad, hay Dios hasta en los más pequeños detalles.

Las casualidades que nos traen mala suerte, también están incluidas en Dios ¿Quién ha dicho que la vida no tiene sufrimientos, que no hay malos momentos, que no hay muerte o enfermedad o accidentes? Todos los malos ratos no son errores, ni equivocaciones. Están dentro de la vida igual que la alegría o que la belleza de las flores.
“El hombre occidental no acepta el sufrimiento como algo que pertenece a la vida. Y por eso nunca podrá sacar fuerzas positivas de él.” (Etty Hillesum)
¿Qué es más importante lo que nos va sucediendo en la vida o el amor que Dios nos tiene? Creo que lo podemos encarar de esta manera:
Me he quedado sin trabajo, ¡pero Dios me quiere!
Me falta salud, ¡pero Dios me quiere!

No me están saliendo las cosas como yo quisiera, ¡pero Dios me quiere!

El sentir confianza en Dios y sabernos en sus manos, es la mejor medicina y la mejor terapia para quitarnos los miedos naturales a la vida, a no saber qué pasará; y para sentir que cada instante es una suerte, independientemente de lo que nos suceda.
Nosotros no vemos el camino que queda delante de nosotros. Parece oscuro, pero Dios es el Señor de todos los destinos y su voluntad es amor.” (Thomas Merton)
No está bien confiar a medias. Si todo me sale bien, confío. Si me sale mal, ¿dónde está Dios? Él está siempre en el mismo sitio: conmigo y a mi favor. Pase lo que pase. Hay muchas cosas que no están al alcance de nuestro entendimiento, ante las que sólo nos cabe confiar.
Todo lo que nos sucede son cosas pequeñas, cambiantes, insignificantes, pasajeras, lo único grande que tenemos es el amor. Es lo que perdura, lo que nos da sentido y estabilidad.

En la buena o la mala suerte, confiemos. La vida es una gran prueba, en la que hay de todo, momentos buenos y no tan buenos.
Todo lo que nos sucede nos sirve para aprender, y para ponernos humildemente en manos de nuestro Padre. Y, a veces, es en lo que llamamos “mala suerte” en donde sacamos lo mejor de nuestras fuerzas escondidas, y contactamos con nuestro auténtico ser interior, es decir, con Dios.

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